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   INDICE

Agradecimientos.
Prólogo.
Introducción.

Primera Parte

Tres etapas vulnerables para la estima femenina: Infancia,
Adolescencia y Enamoramiento
 

1. CUESTIONES CULTURALES O BIOLÓGICAS.


        -¿Qué similitud hay entre la infancia y la edad adulta?
       
        .Infancia de Beatriz.


2. LA ADOLESCENCIA


             .Historia de Isabel.


3. ESTADO DE ENAMORAMIENTO

Segunda Parte

Estados emocionales peligrosos

4. EL APEGO AFECTIVO


                .Historia de Blanca y Jose C.


5. DESGRACIA DE MUCHOS, CONSUELO DE TONTOS


6. ADICTAS A LA DROGA DEL AMOR


                .Historia de Irene y Marcos


7. LAS GEISHAS DEL AMOR


                .Historia de Alicia y Enrique


8. SEGUNDAS PARTES NUNCA FUERON BUENAS


                 . Historia de Nuria y Daniel


9. EL SENTIMIENTO DE CULPA

Tercera Parte

Relaciones peligrosas

10. AMORES FUGACES


        -Enamorados del enamoramiento.
        -El hombre liana.
        -El lobo feroz: El Narcisista.
        -El Don Juan.
        -El Despechado.
        -Hombre sensato: Inteligente.
        -Hombre picaflor: Egoísta.


                .Historia de Ana y Cristian.


        -Hombres vengativos: Peligrosos.
        -Hombres alcohólicos: Cobardes.


11. RELACIONES QUE ENVENENAN

Cuarta Parte

Recuperación del mal de amores

12. PUNTOS A TENER EN CUENTA PARA SALIR DE UNA RELACIÓN TÓXICA


-Proceso paso a paso para descubrirte a ti misma.


        1- La vida no es estática.
        2- Lo que fue, fue.
        3- Recupera tu identidad.
        4- Lo que es, es.
        5- Las creencias y gustos son personales.
        6- Cada uno con su espacio.
        7- Aumenta la autoestima.
        8- Buscar ayuda fuera de ti.
        9- Dos más dos son cuatro.


13. LA RUPTURA DE LA RELACIÓN.


14. ¿CÓMO SUPERAR LA RUPTURA?.


        -Terapia del duelo.
        -Terapia de las amigas.
        -Terapia de limpieza.
        -Terapia en papel.
        -Terapia del “Yo me mimo”.
        -Terapia del cambio.
        -Terapia del tiempo.
        -Terapia psicológica.
        -La depresión.

Quinta Parte

Una condición humana sana 

15. LA AUTOESTIMA


        -Terapia para aumentar la autoestima.


16. LA ASERTIVIDAD
17. AMOR CON CABEZA Y SIN APEGOS


        Epílogo.
        Bibliografía.

 

 

    CAPÍTULO 8

Segundas partes nunca fueron buenas.

 

 


En ese instante oí que se quebraba algo en mi interior,
por un instante pensé que era mi corazón, pero no,
el corazón no se rompe...
Después entendí que se me había roto la esperanza 

y estaba saliendo por mis ojos tibia y salada.

(Mercedes Reyes Arteaga)

 

 


     Las personas, tanto hombres como mujeres, ya están hechos y esculpidos por la educación y la experiencia. Ya no se pueden desmontar y volver a armar. Son quienes son. 


     Si pongo de ejemplo a los hombres, podría decir que ya vienen de fábrica, con su ficha técnica incluida, si pongo de ejemplo a las mujeres, un tanto de lo mismo. 


     Llega un momento en la etapa adulta en que la personalidad ya está forjada, es una edad en el que nuestro carácter y nuestro modo de ver el mundo han sido determinantes para formarnos y definirnos como personas. Ya la gente no cambia porque sí, no somos niños que pueden amoldarse con la educación. Por lo tanto, si un hombre o una mujer te dice que ha cambiado..., sólo es cuestión de tiempo que te muestre lo contrario. No digo que sea imposible, pero sí complicado; y decidir cambiar su personalidad es una misión de alto riesgo para tu salud mental. ¿No es más sano estar con alguien que ya tenga las cualidades que nos gustan? 


     Cambiar o intentar cambiar a nuestra pareja es como preferir una dosis de cianuro en vez de degustar un buen vino. Sabemos que es veneno, en el fondo lo sabemos, pero lo tomamos con la esperanza de que sea un líquido inocuo. 


     Es normal que podamos y debamos dar una oportunidad para corroborar la teoría de que “las personas no cambian”, porque siempre nos quedamos con ese hilito de intriga y esperanza al pensar: ¿qué hubiera pasado si le hubiera dado una segunda oportunidad? Eres libre de complacer tus deseos más profundos, pero desde el momento en que se repitan las cualidades y actitudes que tanto te han dañado de esa persona, yo que tú, me alejaría a toda prisa y cueste lo que cueste. Aunque soy más partidaria de que “segundas partes nunca fueron buenas” 
Es preferible pasarlo mal unos meses, y con el tiempo, abrir puertas a alguien que te ofrezca una forma de amar más sana, antes de estar atrapada indefinidamente en un tira y afloja maltrecho que se va convirtiendo en un laberinto cada vez más entramado. 


     Tengo amigos que me han confesado su debilidad adictiva con respecto a su relación supuestamente acabada. Hemos tenido charlas en las que sienten aún la necesidad de volver con su ex a pesar de saber que la relación no va a llegar a buen puerto; albergan la esperanza de que esa persona cambie. 


     Una tarde de otoño salí a pasear con Fran, un amigo afectado por su reciente ruptura amorosa. Lo noté indeciso y preocupado. 


     El otoño en Tenerife es difícil de predecir; salgas con lo que salgas terminas quitándote o poniéndote algo 
de ropa. Recuerdo perfectamente que esa tarde a mí me faltó. En cuanto entró la brisa marina, no paré de maldecirme por dejar la chaqueta sobre la cama. 


     A pesar de mi tiritante situación, el paisaje y la entretenida charla distrajeron mis sentidos. El atardecer intenso y sosegado dio pie a que Fran desvelara sus temores y preocupaciones. La conversación fue la siguiente: 


     Fran: En verdad, no sé qué hacer, veo que ella ha cambiado, me envía mensajes muy bonitos, dice que está arrepentida y que se ha dado cuenta de que estaba equivocada. Me suplica, dice que me comprende y que hará lo que sea para no perderme. 

Lo que intentaba Fran con su confesión era convencerme a mí y autoengañarse a él. 


     Yo: Es evidente que su estado es de desesperación y arrepentimiento, sé que ella está pasándolo mal. Pero, el problema nada tiene que ver con la desesperación cuando una persona no ha cambiado su forma de ser. Te pongo un ejemplo extremo: Un maltratador puede estar arrepentido, puede estar desesperado, puede hacer promesas y endulzar el oído… cierto es que está arrepentido, pero su personalidad sigue siendo la misma. Tanto el maltratador, como la víctima son adictos el uno del otro. Al igual que te está pasando a ti. Aunque a otro nivel. 


     Fran: No sé si darle otra oportunidad. ¿Y si ella ha cambiado de verdad? Me da pena, ella es buena, es por su educación, la han tenido sobreprotegida, y su familia siempre ha sido muy desconfiada, por eso es celosa. Pero si no le doy una oportunidad, ¿cómo sabré si lo que me dice es cierto o no? 
Después de escuchar el largo repertorio de los pro
gresos mágicos y buenas cualidades de su ex novia, mi respuesta fue muy desagradable para Fran que imploraba mi aprobación. 


     Yo: Sólo te puedo decir lo que ocurre en la mayoría de los casos, no hace falta ser adivina para saber el desenlace. Porque como te digo, su forma de ser y su carácter siguen estando intactos. No te puedo alentar ni desalentar, sólo quiero que seas consciente si te conviene regresar a una relación que tanto daño te ha hecho. Si te quedas más tranquilo intentándolo de nuevo, me parece bien. Sólo puedo aconsejarte, la última palabra es tuya. 
Sé que estaba deseando escuchar algo que no corte ese hilo de esperanza para darle nuevamente una oportunidad.

 
     Yo: Si eres de las personas que aprenden de las experiencias, volver sólo te hará descubrir por ti mismo que las personas no cambian por muy arrepentidas y desesperadas que estén. 
No es necesario decir cómo terminó la historia. Y por fin Fran, pudo entender, al igual que yo, que segundas partes nunca fueron buenas. 


     En estos casos no me estoy refiriendo a relaciones estables que hayan tenido un bache o un bajón puntual, me refiero a relaciones con altibajos constantes. Si das oportunidad a ese tipo de relaciones con la esperanza de que tu pareja haya cambiado mágicamente, te diré que sólo un porcentaje ínfimo y diminuto cambia, pero podría decirse que no vale la pena hacer el esfuerzo de averiguarlo. 


     En mi adolescencia, la inexperiencia y algunos matices nada positivos de mi estima, contribuyeron a que  
me embarcase en una relación sin futuro. Una navegación en altamar sin remos ni brújula. Una relación en la que mi pareja, un día me dejaba tirada y a la semana siguiente venía suplicante. Un estado de tristeza, estrés y ansiedad eran mis únicos compañeros de viaje. 
Con cada súplica había un perdón y otra nueva oportunidad. Una y otra vez volví a un sinfín de rupturas y regresos. Estaba atada a una relación intermitente, tóxica y destructiva, donde la autoestima me había abandonado hacía ya tiempo. 


     El despertar del letargo fue un golpe duro, antes hubiera preferido seguir soportando el vaivén de las olas. Sólo me atreví a poner los pies en tierra firme cuando me vi sustituida por “otra”, sin pudor, sin despedida, sin contemplaciones. Sólo así pude analizar fríamente la cantidad de dolor, tiempo invertido “y perdido”.
Desde fuera se ve de otro color, una misma historia narrada de dos formas completamente distintas. Una, bajo la influencia del hechizo, donde la obsesión y el apego ganan la batalla al sentido común y la dignidad, y la otra, donde éstos lideran sin dificultad. 


     Con el paso del tiempo te das cuenta de que el egocentrismo predominaba de lleno de forma unilateral. Él decidía según sentía; ahora te dejo, ahora te busco, yo sólo me dedicaba a satisfacer sus caprichosos sentimientos. Pero cuando me abandonaba, ¿quién satisface mis deseos? Todo era lo que él quería, ¿y lo que yo quería? 


     Si me hubiera tocado a mí el papel de abandonar, por los motivos que fuesen, no estaría coge-suelta según mi antojo. Comprendo que, al igual que yo, las personas tienen sentimientos y distan mucho de ser juguetes de distracción. Yo habría tenido un mínimo de sentido común y delicadeza, más aún si esa persona ha sido honesta y buena. Pero cuando uno de los dos es egoísta, tú no eres la razón de su vida, eres una pieza que manejan para satisfacción personal, a su antojo, abogando por sus propios intereses y necesidades. Lo importante es que ellos no quieren sufrir y, por lo tanto, tú eres el instrumento para satisfacer sus caprichos. Ahí está el quid de la cuestión. Parece ser que la elección sólo es de uno, que uno de los dos siempre es el malo. Por una parte no le quito culpa, pero por otra… yo también fui responsable de permitir que me dejasen una y otra vez. Poner el freno y decir NO. Es también decisión mía. Nadie me obliga a regresar una y otra vez a una relación sin futuro. Al igual que nadie me obligó a mí, en su día, nadie te obliga a ti ahora. 


     No digo que el amor nunca acabe. En muchas ocasiones se desgasta, se desencanta y muere por una parte o por parte de ambos. Pero sí digo que cuando tomamos una decisión es porque estamos seguros de lo que sentimos y no hay nada que pueda rescatarse de la relación. Lo peor que puedes hacer es jugar con los sentimientos de otra persona por tus inseguridades.


     La única manera de cubrirnos las espaldas, o mejor dicho, de protegernos de estos vínculos inestables, es identificar en qué tipo de relaciones estamos inmersas: si es equilibrada y nos ofrece paz y satisfacción o si de lo contrario es un constante altibajo de emociones y estrés. 


     Una relación equilibrada no garantiza el amor eterno, pero sí garantiza que podamos recuperarnos sanamente porque no se ha minado la autoestima. Por lo tanto, tu salud emocional, tanto si la relación se acaba como si no, depende de lo que hayan contribuido ambos a equilibrar el dar y el recibir, a respetarse y a negociar. 
Precisamente por este motivo hay una cuestión, y una pregunta universal que se han formulado cientos de personas: “Si yo me he portado bien en la relación, lo/a he perdonado una y mil veces, he atendido sus llantos de arrepentimiento, he invertido tiempo y esfuerzo en esa persona, ¿cómo es posible, que cuando soy yo la abandonada, la que está herida y llorosa..., a esa persona le importe una ¡!&¿?@!¡&¿?# mis sentimientos y me abandone así tan alegremente?” 


     Para evitar que esto ocurra, lo primero es no dar mucho más de lo que se recibe, y lo segundo, no dar más de una oportunidad, y si ya es tarde para ello, si ya te han dejado más de una vez pero insisten en regresar, respira hondo, ¡¡y atiende bien!! Esta situación es exactamente como el escritorio de un ordenador, se trata de pinchar, arrastrar y meter en la papelera sin ningún miramiento. Un hombre o mujer así es un archivo que está molestando y ocupando un espacio valioso en nuestro ordenador y nuestra mente. La papelera es su lugar. 


     ¿Que necesitas dejar esa adicción? No escatimes en gastos y ve directa a un profesional; es preferible dejar el dinero que tu salud y tu tiempo. Te aseguro que este consejo lo agradecerás eternamente cuando salgas de ese torbellino de emociones y veas la situación con más lucidez y desde otro ángulo. 


     La perspectiva de las relaciones va cambiando a medida que vamos madurando y tenemos experiencias,  
pero sobre todo de haber aprendido de ellas. No es lo mismo un amor de adolescente en el que creemos que nuestro primer amor es el único y el definitivo en nuestra vida, crees que no habrá otro igual, que nunca volveremos a enamorarnos o que sólo hay un alma gemela…, a haber atravesado algunas rupturas y enamoramientos previos. Esto nos da la certeza de que hay más de una media naranja, hay cientos, hay miles de naranjos llenos a rebosar de fruta, y eso en parte es un alivio. 


     En muchas ocasiones nos estancamos como les ocurre a los adolescentes, vemos el todo en nuestra pareja; y una ruptura nos inquieta en vez de aliviarnos. Sentir que la tormenta termina y ahora sólo queda cabida para la calma no es un consuelo para los que siguen obcecados por mejorar o regresar a la antigua y adictiva situación. Muchos en vez de sentir alivio, sufren la pérdida, sueñan con el reencuentro y anhelan seguir viviendo en ese infierno. ¿Cómo puede ser esto posible, cuando la experiencia nos indica que hay más peces en el mar que nadan en aguas más limpias y transparentes? 


     Cuando echamos la vista atrás en el tiempo, descubrimos que ese amor no fue tan importante, ni tan maravilloso, ni tan sano. Aunque en aquel entonces creímos no poder vivir sin él. Antes era el centro de nuestro universo, ahora vemos que fue una ilusión, que estábamos equivocadas, encaprichadas y ciegas. Estoy segura de que en algún momento de tu vida te has cruzado con algún ex de tu adolescencia, o no tan adolescencia, y te has preguntado una y otra vez: ¿qué pude ver en él? ¿Qué estaba pensando para tirarme en sus brazos? ¿Cómo no me di cuenta de lo arrogante e insensible que era o de lo infiel o celoso? Desde luego que la respuesta es bien fácil. Lo que no quisiste ver en él, es lo que ves ahora, la realidad, el hechizo caducó, y descubres que el príncipe sólo era un sapo. Te das cuenta de que la hechizada eras tú y no él. Él siempre fue sapo. 


     “¿Por qué sufres por un ser humano, cuando en el mundo hay siete mil millones?” 

(Facundo Cabral) 

     Para resumir este capítulo, y como dice el título, las “segundas partes nunca fueron buenas”. Un ejemplo de tantos es la historia de Nuria y Daniel. 

Historia de Nuria y Daniel 

     Sé de un caso de pareja que, por causas del destino, se volvieron a reencontrar. Nuria había tomado la firme resolución de perder todo contacto con Daniel; llevaban casi dos años sin saber el uno del otro. Ella acabó muy dolida a causa de su conducta egoísta y narcisista por parte de él. La cambió por una ex que aún estaba revoloteando en su mente. 


     Ella nunca comprendió cómo Daniel en ningún momento supo tener la consideración, la compasión y la empatía necesarias como para saber que no es correcto lucirse delante de ella con su recién retomada relación. Cierto es que hay personas incapaces de comprender el dolor ajeno. Van por el mundo según sus conveniencias y deseos, causando estragos por donde pasan; aunque curiosamente se encuentran terriblemente consternados cuando los sucesos ocurren a la inversa.  


     Como iba diciendo, el caprichoso destino los había unido nuevamente. El tiempo había pasado y Nuria no era una mujer rencorosa, así que decidieron volver a intentarlo. 


Un detalle muy interesante es que Daniel era un hombre inseguro y tímido, que fue sobreprotegido en su infancia. Él consolidaba una relación no por el amor que le tuviera a su pareja sino por la estabilidad o inseguridad que ella le brindase. Es decir, que entraba en las relaciones dejando un pie por fuera para asegurarse de la huida con el menor temblor de tierra. Y así es como sucedió. 


     Nuria y cualquier mujer sólo pueden tener de Daniel un puñado de arena que se escurre entre los dedos con la mínima presión. Una simple discusión que llegó a la fibra sensible de Daniel fue determinante para terminar con la idealizada unión entre Nuria y ese hombre que desconfiaba hasta de su sombra. Las adversidades o altibajos en una relación con Daniel eran la sentencia de muerte de la misma. Faltaba la consistencia, la tolerancia, la constancia, la lucha, la comprensión, la... En resumen, Daniel tenía una diminuta tolerancia a la frustración, y debido a ese problema, nunca era capaz de mantener un vínculo sano y estable con nadie, y “nadie”, engloba tanto a las amistades, a la pareja y a la familia. Nuria necesitaba agarrarse al alguien que le aportase rigidez y firmeza, y no a un puñado de arena escurridiza. 


     No es difícil adivinar el destino de Daniel, similar a una pelota de goma que va saltando de relación en relación con la esperanza de encontrar una mujer que le dé la seguridad y la autoestima de la que él carece. Pretende querer a alguien cuando ni siquiera es capaz de quererse a sí mismo. Es más fácil agarrar una bocanada de humo que lo que Daniel pretende conseguir. 


     Puedo imaginarlo caminando paso a paso, pisando mosaico a mosaico asegurándose de que es firme y estable para dar el siguiente paso, y mientras desconfía del trayecto, va peleándose con el mundo sin darse cuenta de que el enemigo no está fuera, sino en su modo de ver la vida. Un hombre-niño solitario y ermitaño incapaz de independizarse para no hacerse responsable de sí mismo. 


     ¿Y de Nuria? ¿Qué vamos a decir de ella?, por segunda vez decepcionada, destrozada y perpleja. Sólo si la vida le retorna a Daniel como una especie de boomerang, es de las que tiene que pinchar, arrastrar y tirar a la papelera sin dudas ni parpadeos; luego peinarse un poco, si es que en algún momento se había despeinado, quitarse el polvo de los hombros y salir con el mentón bien alto y contenta de haber dado un paso agigantado a favor de su autoestima. 

Cuando supe de la historia de Nuria, me sentí tan identificada con el contenido, que se podría decir que fue decisivo a la hora de redactar este libro. Una explosión de ideas se agolpó en mi mente. La inspiración estaba de mi parte. 
Daniel creía que una discusión de pareja donde se sintiera consternado era la gota que colma el vaso, pero, ¿qué vaso? ¿Un vaso vacío que se llena con una sola gota? ¿Qué dimensiones tenía que tener ese vaso para que una sola gota pudiera rebosarlo? 


     La metáfora del vaso se puede entender cuando en una relación hay muchos altibajos, peleas y desavenencias. En esa situación sí pueda haber un instante en el que el vaso tenga el espacio justo para que una gota lo rebose. La tolerancia de Daniel era equiparable a una gota por relación. 


     Si nos remontamos al capítulo de la adolescencia, podemos descubrir que la poca tolerancia a la frustración 
es debida a la sobreprotección y al control que algunos padres ejercen sobre sus hijos. De igual forma, ése no es motivo para justificar sus acciones en la edad adulta. Necesariamente las personas deben progresar, madurar, y no estancarse en la seguridad de la niñez si quieren una vida saludable. 


     No hay que aferrarse a este tipo de hombres con tantas carencias emocionales, ni intentar rescatarlo de sus complejos, sus miedos y sus inseguridades. No es culpa tuya que esa persona no haya aprendido en el transcurso de la vida. No hay nada que salvar ni rescatar sino que a ti misma. 


     Con esto no quiero decir que cuando tu pareja pase un bache en la vida, desparezcas como rayo que mató al diablo. Hay que diferenciar a una persona de estas características que acabamos de mencionar; con respecto, a un hombre maduro, con la cabeza bien amueblada que nos ofrezca estabilidad, y que en momentos determinados de la vida se venga abajo, por algún motivo concreto: problemas laborales, económicos o estrés y tensión por alguna causa puntual y concreta. Ahí sí hay que poner toda la carne en el asador, porque si estás dispuesta a vivir momentos buenos con la persona que quieres, supongo que en los momentos de dificultades también estarás ahí. De esa manera, como dice el refrán:

“Alegrías compartidas son dobles alegrías y tristezas compartidas son la mitad”

(Proverbio Sueco). 


     Esos casos concretos no son a los que me refiero, porque problemas tenemos todo: dificultades hay en la vida mil. La comprensión, la confianza, la comunicación, la paciencia y el cariño son la combinación perfecta para salvar esos problemas y que harán que la relación se fortalezca aún más. Comprender que una piedra en el camino se puede saltar o bordear es muy importante. Entender que una relación estable se basa en eso: en disfrutar los buenos momentos juntos, y sortear las dificultades también juntos. 


     Sé que los tiempos han cambiado, son tiempos revueltos, de consumismo desenfrenado, de superficialidad. Se han perdido formas y valores. Por desgracia, hoy en día hay poca tolerancia a los problemas. Por cualquier piedrecilla o arenilla en el camino se rompe una relación, piden el divorcio o se buscan a otra u otro que les llene más, o..., simplemente no tienen el interés de afrontar los problemas, no quieren tener la paciencia, el oído, el hombro, el ponerse en el lugar del otro, el ser tolerante, el comprender…, o como último recurso, buscar ayuda profesional. 
Muchas parejas se han hecho cómodas y prácticas en cuanto al nivel de tolerancia, y ciertamente eso ofrece una inestabilidad aterradora. 


     Un artículo publicado por Marlina Meiler no puede describir mejor el significado de la tolerancia refiriéndose principalmente a la convivencia en pareja:  

     Tolerancia: Admito que somos diferentes, pensamos de distinta manera, pero te amo igual y, entienda o no del todo tu punto de vista, lo acepto. Te escucho con atención cuando me hablas y valoro el mensaje que deseas transmitirme” 

     Pero la buena noticia, chicas; es que hay hombres formidables, hombres que desean amar, compartir y vivir una relación sana, equilibrada y estable. Pero esos 
hombres no los vemos porque tenemos el radar orientado y programado sólo para captar personas que no son capaces de querernos plenamente, o simplemente, su forma de amar nos hace daño. Siempre quejándonos de la mala suerte sin darnos cuenta de que lo único que tenemos que hacer es modificar la combinación del radar, y para ello, la única forma, es cambiando la manera de querernos a nosotras mismas. 

“El azar no existe; Dios no juega a los dados” 

(Albert Einstein) 

     Si no nos damos cuenta de que la forma de amar, o mejor dicho, la adicción que tenemos al desamor, nos está contaminando y consumiendo; todo lo que percibamos o nos suscite interés será parejas inadecuadas. Estamos acostumbrados a ellos, nos gusta ese toque de masoquismo que nos tiene en la incertidumbre, nos gusta mantener la margarita en la mano mientras nos preguntamos si nos quieren o no. Y no hay más que decir sino que No nos queremos lo suficiente como para alimentar la dignidad y el orgullo, tan necesarios para romper con esa relación que nos mantiene en la angustia. 


     Las mujeres nos agarramos con uñas y dientes a un hilo de esperanza. Da igual lo fino que sea, con tal de no soltar el lastre, lo sostenemos con tal fuerza que aunque nos arrastre por un camino rocoso y embarrado lo seguimos sujetando como si la vida se nos fuera en ello. Aunque las piedras nos destrocen la cara, como si estuviéramos aferradas a las riendas de un caballo desbocado. El sendero por el que nos arrastramos nos araña, nos rasga la ropa, nos ensucia, nos martiriza, pero ahí estamos; con nuestro objetivo fijado y dispuestas a sufrir todos esos golpes, igual que ocurría en la pista de baile. La pregunta es ¿por qué? ¿Por qué si sabemos que la relación en la que nos hemos embarcado va destinada al fracaso? ¿Por qué sabiendo que aunque le des cientos de oportunidades a la relación, te romperán cientos de veces el corazón? ¿Por qué sigues con la esperanza de poderla reconstruir? ¿Por qué nos autoengañamos con una venda tan apretada que no nos deja ni parpadear? La respuesta no es sencilla, pero es la correcta: el miedo a no saber qué vendrá después, el miedo al cambio y a la soledad. Nos aterra no saber encajar nuestros sentimientos, ni cómo reconstruirlos, ¿dónde esconderlos? ¿Dónde guardarlos? ¿Qué hacer con ese vacío desolador si esa persona ya no estuviera cerca? Nuestra fuente de seguridad desaparecería. ¿Quién dará entonces sentido a nuestra vida?

 
     Da miedo siempre no caminar sobre seguro. Porque la relación, más que sea es un dolor sobre seguro, sabemos que existe, sabemos que nos podemos doblegar, es un dolor que conocemos y nos es familiar, lo dominamos, lo vivimos con amargura, con llanto y con tristeza, pero ES. Lo que evitamos es soltar esa relación de golpe y sin anestesia. Es como dejarnos caer en el vacío sin saber qué hay debajo. El no saber que hay detrás, el no saber manejar todos esos sentimientos nuevos que se nos agolpan, el sentimiento de la soledad. Ése es el pánico auténtico: ése es el motivo por el que muchas mujeres deciden luchar hasta la saciedad en salvar una relación en la que las malquieren. 


     Cada día que pasamos cautivas en una mala relación, restamos tiempo a nuestra vida y nos desviamos de una trayectoria reconfortante y segura. Ya no sólo la autoestima se resiente, sino que la dignidad y la energía se atenúan hasta desvanecerse y desaparecer por completo. 


     Hay una actitud frecuente que mantiene la relación sujeta, y es la famosa venda de la que tanto he hablado. Magnificamos las cualidades de la pareja. Le damos poder, justificamos sus acciones y las interiorizamos cada vez con menos resistencia. Todo lo que sea necesario para no tener que desprendernos de la persona “amada”. ¿De qué manera, si no, se puede soportar la infidelidad? ¿De qué manera, si no, se pueden soportar los malos tratos verbales o físicos? ¿De qué amanera, si no, se puede vivir sin el afecto y un amor que te reconforte? Giramos la cara hacia otro lado, como si esto no fuera con nosotras. 


     No hay salida, no hay escapatoria, no hay la fuerza, la valentía y la autoestima necesarias para cortar por lo sano estas relaciones tóxicas. 


     El miedo a la soledad y al abandono, hace que amemos de forma desmesurada. Es una forma peligrosa de relacionarse con la pareja. Cuanta más resistencia nos pone esa persona que amamos, más la deseamos y más la necesitamos. Es como un narcótico al que estamos enganchadas. Si nos quitan la droga, nos enloquecemos y la deseamos aún más. 


     Esta forma de amar está estrechamente vinculada a la forma en la que vivimos la infancia, por eso, de forma inconsciente buscamos relaciones que nos dañan. 


     El amor no es sufrimiento, no tenemos que resignarnos; sólo que no estamos con el hombre adecuado.  


El problema es que esperas demasiado de alguien que nunca te ha dado nada”

(Personaje que interpreta Hugh Laurie en la serie Dr. House) 

     Y esta es la pregunta que debes plantearte: ¿qué hay dentro de ti tan aterrador que no quieres solucionar, y que dedicas tu fuerza y energía para resolver problemas y conflictos externos? Si no quieres responsabilizarte de tus miedos interiores ésta es la distracción que has ideado: rescatar a un hombre para no mirar dentro de ti. Es muy cómodo pero peligroso. 


 

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